lunes, 19 de octubre de 2009

El silencio de Horacio...

El otro día estaba leyendo la revista Día Siete, la neta está muy atractivo su texto y uno que otro artículo si acapara mi atención. Y ya casi estaba por terminar cuando en la pág. 48 del ejemplar núm. 476 me encontré con lo siguiente:

El Silencio de Horacio.
Texto: Carmina Narro.

'Hace mucho tiempo que nadie pregunta por mí. Me lo dijo Don Julián cuando regresé y no tenía por qué mentir. Preguntó por mi mujer. Le dije que estaba bien para no entrar en explicaciones. Me costó mucho regresar aquí, sentía no sé qué de encontrar la casa vacía. La verdad es que no la he podido olvidar. Tenía un carácter muy difícil, estaba acostumbrada a hacer lo puro que se le daba la gana, nunca tuvo freno; yo al contrario, desde que era niño fue medio timorato. Siempre he sido igual. " Tú de veras - me decía- que ni hueles ni apestas, Horacio". Por que siempre me daba igual ir al cine o a bailiar, comer tacos o hamburguesas. Y me daba lo mismo porque estaba con ella, pero eso nunca se lo dije. Yo sabía que a veces me tenía miedo. Cuando despertaba y yo estaba viéndole de muy cerca los vellitos del cachete, me asustaba mucho. Nunca he sabido expresarme. Si hubiera podido decirle cómo era su risa, ella habría entendido qué tanto me gustaba oírla, verla contenta. Nunca pude decírselo y eso sque por su risa y por su cuerpo me casé con ella. " Tú no quieres a nadie -me decía-, ni a tu madre quisiste". Y yo, callado. A la gente le encanta hablar y decir mentiras.
Hace mucho tiempo que no había venido aquí. Todavía está el refresco que dejé destapado, las dos tazas. Supongo que el hecho de no tener familia le hizo mucho daño. Era huérfana y por eso no sabía qué estaba bien y qué estaba mal. En cuanto yo ponía un pie fuera de la casa, ella se metía con cualquiera. Le tuve mucha paciencia, le aguanté muchas porque la quería. Prefería pensar que lo hacía nada más por provocarme y me aguantaba.
La última vez que la ví, estaba dormida. Sentí alivio por que todo el Viaducto de camino a la casa había estado pensando que la iba a encontrar con alguien en mi cama. Me quité los zapatos y me acerqué a gatas para olerla, oler las cobijas, para saber si había estado con alguien. Sí olía a sexo. Como siempre, se asustó conmigo cuando abrió los ojos y empezó a insultarme. Siempre ha sido muy malhablada. Le dije que prefería que me golpera a que me dijera tanta ofensas porque esas no se me iban a olvidar nunca.
Entré a la cocina para tranquilizarme y ella entró mucho rato después. No podía quitarme de la nariz el olor de las cobijas. Como para arreglar las cosas me preguntó si quería un café; tenía agua hirviendo en la estufa. Ni siquiera sentí lo caliente de la olla cuando le eché el agua en la cara.
He tenido mucho tiempo para pensar en mis actos. No me arrepiento. En el fondo lo hice para que ya nadie la volteara a ver, para que nadie quisiera tocarla.
El doctor dice que no va a quedar bien. Me voy a tener que tragar mi orgullo y mañana la voy a buscar para pedirle que regrese. Creo que soy capaz hasta de hincarme si me lo pide. Algo me dice que sí va a volver y va a tener que entender que estando toda quemada, yo soy el único que la puede querer todavía.'

Me quedé prendida de éste texto. Algo causa en mí cuando lo leo. Al igual que otro artículo que pondré en la siguiente entrada.